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El Quijote por delanteTengo una vaga idea de cómo era el primer ejemplar de El Quijote que tuve en mis manos (*). Yo tendría, seguro, menos de 10 años… Era grande y pesado, con “estampas” del tamaño de una página y guardas de color oro, más bien latón, que me encantaba quitar y poner, sin entender muy bien por qué lo que aparecía dentro era mucho menos vistoso. Fue obsequio de algún adulto, claro, quizá de mis padres, que en Reyes y cumpleaños nos regalaban siempre grandes libros ilustrados a mi hermana Cris y a mí, a menudo procedentes de la librería de nuestros abuelos paternos, la Librería Valderas de León. Pero no fue ése el ejemplar que usé para entrar a la novela de Cervantes. Su contenido se me fue dando a conocer de una versión resumida que leíamos por turnos en voz alta en la clase de Lectura que, junto con la de Escritura, eran dos de mis asignaturas favoritas de la clase de Ingreso del Instituto Nacional Femenino de Enseñanza Media de León. Era el curso 1968/69, de transición entre mi estancia en el Colegio de “La Milagrosa” y el INEM “Juan del Enzina”, también femenino y también de León, donde tuve seis años para ir haciéndome personilla antes de largarme a hacer COU a Valladolid para seguir luego Ciencias Físicas. Es un tópico decir que la obligada lectura de los clásicos para todos los españoles escolarizados entre los años 60 y los 80 nos distanciaron definitivamente de ellos. Me parece una crítica injusta. Más bien pienso que acercar escrituras tan complejas como las de Cervantes, Quevedo, San Juan de la Cruz, etc., no es empresa fácil ni siquiera trabajando con adultos. Por lo que sé, los profesores de Secundaria e incluso los maestros de Primaria, se atreven hoy con El Quijote abordándolo desde multitud de disciplinas. Quienes más se lo creen entran en el libro a tope: analizan personajes y hacen que sus alumnos se disfracen de ellos, recrean juntos costumbres, atuendos y comidas de la época, hasta resuelven problemas matemáticos y físico-químicos temáticos y, por supuesto, lo leen a fondo, con el diccionario al lado… Tampoco lo han tenido fácil los cineastas que se han atrevido con El Ingenioso Hidalgo, un hombre viejo que debe montar a caballo y hacer grandes esfuerzos físicos; una novela larguísima, con numerosas historias ensartadas para contar en hora y media; un hito de la Literatura Universal –no sólo los hispanohablantes, también los rusos lo tienen como lectura obligada en sus planes de estudio- y que, por tanto, debe complacer a casi todo el planeta y sus múltiples visiones de Don Quijote y Sancho… Personalmente y pese a haber orientado mi vida profesional y mis hábitos de ocio hacia actividades más ligadas a lo vanguardista y lo contemporáneo, siempre que se me ha hecho la pregunta: - ¿Qué libro te llevarías a una isla desierta? - & He contestado sin dudar y por puro sentido práctico: - El Quijote.
- &
Porque es divertido y es profundo. Porque, aunque lo leas –a
trozos o entero- más de una vez, es como un pozo sin fondo.
La gran cantidad de personajes, las situaciones jocosas, la
persecución de los ideales, las limitaciones personales que
a ella se contraponen, la educación a través de los
libros, la cultura popular, la relación entre ricos y
pobres, la ambición, la locura y… la vejez. Y
también el juego del lenguaje, los guiños al lector,
las licencias poéticas, la multiculturalidad de
España, sus paisajes... Vamos, que es el que
antepondría a cualquier otro libro con el que conectara
más íntimamente por ser el que más juego me
daría en semejante situación límite. Sin
televisión ni cine, sin semejantes, con tiempo por delante,
El Quijote es… EL LIBRO.
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